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Al coronarlo rey de Arkana ordenó a los
guardias subir a su habitación el cofre donde estaba la poderosa armadura
blanca.
–Por fin podré observarla, tocarla y no
dudaré en usarla cuando amerite el caso. –Dijo Filadelfo.
Luego abrió el cofre y un humo negro
emergía de la armadura de placas de acero blanco que sin darse cuenta el rey lo
absorbió todo, sintiendo en su interior que una extraña sensación invadía su
cuerpo; algo maligno habló desde lo más profundo de su alma.
–Nuevo rey de Arkana me has liberado de
ese cofre que fue mi prisión por muchos siglos después de haber escapado del
infierno protegiéndome de sus llamas con esta armadura que yo mismo la hice. No
cualquiera se la ha puesto y los que intentaron hacerlo murieron o se volvieron
locos como tu abuelo. En cambio, a ti te estuve observando desde tu niñez y
juventud admirando tu fuerza y destreza. Tú eres el elegido, por el coraje y
desprecio que siempre le tuviste a tu padre por no darte amor e importancia,
simplemente eras su heredero al trono.
Filadelfo no podía hacer nada, era
dominado por esa oscura presencia dentro de él. Esta no paraba de hablar.
–Debes saciar tu sed de matar, por eso
te convertiré en el héroe de tu pueblo, serás intocable y tu fuerza
incrementará con tus habilidades mientras tengas puesta la armadura. Todos
elogiarán tu nombre y serás recordado por la historia. Quiero que sacrifiques
almas inocentes. Mata sin descansar y los tesoros vendrán a ti. Dijo la voz. El
rey no tuvo miedo, al contrario, esbozó una sonrisa maquiavélica y aceptó los
acuerdos del pacto.
Después de un año su reino fue atacado
por un poderoso ejército de guerreros aliados que querían apoderarse de las
tierras arkanas. Fue un ataque sorpresivo, pero Filadelfo decidido no perdió
tiempo hasta que se puso la armadura, colocándose las piezas en su cuerpo, y
por último se puso en su cabeza el yelmo cuya visera larga tenía un aspecto
demoniaco e imponente. El rey desenvainó su espada y esperó en los patios del
castillo a que sus adversarios invadieran sus tierras.
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