Ilustración tomada de https://www.shutterstock.com/search/little+girl+screaming?searchterm=little%20girl%20screaming&search_source=base_related_searches&page=2&noid=1 |
Patricia Macías tenía treinta años, madre
soltera de Ángela, más conocida como Angelita en su familia, barrio y escuela.
Una niña educada, alegre y juguetona. Pero a veces se sentía triste porque
había perdido a su padre en alta mar. Un hombre cuya vida de pescador le pasó
factura al defender a un amigo en un incidente entre compañeros.
Alfredo Quijije era un padre ejemplar,
amaba mucho a su hija y esposa, aprovechaba sus días libres o los tiempos en
veda para pasar con ellas. Angélica nunca olvidaba aquellos recuerdos llenos de
alegría que pasaba junto a sus padres. Adoraba a su papito lindo, como siempre
le decía.
Después de la muerte de Alfredo, Patricia
se dedicó a trabajar como empleada doméstica para mantener a su hija y darle lo
mejor. Al pasar un año la desdichada mujer se enamoró de un joven de
veintitrés. Lo conoció por redes sociales. Primero la invitó a salir algunas
veces, demostrándole que era un hombre trabajador y solvente, bueno y cariñoso
incluso con su hija. Luego de haberla conquistado, Patricia lo invitó a irse a
vivir a su casa, con el fin de darle un nuevo padre ejemplar a su hija.
Luis Mendoza llevaba ya dos meses viviendo
en la casa de Patricia, y no demostraba la parte maligna que guardaba en su
ser.
Una madrugada, la bestia humana empezó a
rodear a su víctima: observándola y acariciándola. Entró a su cuarto mientras
dormía, con suavidad y delicadeza empezó a tocar sus piernitas y después sus
partes íntimas. Esa fue la primera noche. La segunda y tercera aprovechando que
dormía boca abajo, tocó sus nalgas y se masturbó. Esta vez ella vio lo que pasaba,
se asustó y disimuló estar dormida. Al día siguiente intentó no darle cara al
depravado. Su madre le preguntó varias veces si algo le pasaba, pero solo
pasaba en silencio, negando con la cabeza.
La mente de Luis lo empezaba a perturbar,
una voz interna le insinuaba que hiciera con la niña cosas. Por eso no podía
dormir, sudaba frío y se excitaba con solo imaginarla en pantalones cortos y
bata de dormir.
Hasta que un día el diablo se puso de su
parte y lo ayudó a cumplir sus deseos oscuros. Patricia, a quien le tocaba
trabajar, le pidió que cuidase a la niña y le ayudase a hacer tareas.
Cuando quedaron solos, después de intentar
convencerla mediante halagos y piropos, optó por amenazarla, asegurándole que
si no cumplía sus deseos mataría a su madre y luego a ella. Desde ahí empezó el
tormento…
Varias veces y en distintos lugares, la
fue destruyendo. Pasaron meses y Angelita ya no era la misma. Todo lo alegre,
inocente y juguetona que había sido se había esfumado. En su mente solo
habitaba un llanto y una invocación hacia su padre.
Los vecinos comentaban que la niña ya no
reía, ni conversaba y menos jugaba con sus hijos. Había momentos que le temía a
todos y no quería ni ir a la escuela.
Un día Patricia olvidó las llaves de la
casa donde trabajaba y regresó a buscarlas. La escena, tras abrir la puerta fue
lo más horroroso que jamás imaginó: Luis sobre Angelita. Histérica, grita ante
el horror, uno al que los vecinos, siempre alerta de los sucesos del barrio,
acuden casi inmediatamente. Allí, entre todos agarran a Luis, lo arrastran a la
calle, le dan con un palo, le parten la cabeza, lo patean, lo amarran y rosean con
gasolina, él grita un perdón que a nadie le importa.
Alguien enciende fuego, uno que cae
pausadamente hasta inflamar al demonio sometido. Una antorcha humana se consume
lenta y agonizantemente.
Y aunque la venganza no le devolverá la
paz a Angelita, desde el abrazo de su madre, sonríe de satisfacción. Desde hoy
intentará dormir nuevamente en paz. Soñará con su padre sosteniendo en una mano
un galón con gasolina y en el otro una caja de fósforos.
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