sábado, 18 de agosto de 2018

El ser oculto

Imagen tomada de Chungcuso3luongyen



I
Me llamo Clark Smith y lo que voy a escribir tal vez no lo crean, pero tengo la seguridad que con los detalles que perduran en mi mente la duda les inquietará a cada momento. 

Soy Historiador y trabajo como profesor en la universidad de Oxford. Vivo solo en un departamento en Londres. Era un devorador de libros e investigador de extraños sucesos, misterios y leyendas que han perdurado toda una eternidad, es por eso que viajaba muy continuo a países donde en muy pocas ciudades existían cosas paranormales. 

Por eso decidí ir a Ecuador para conocer las historias escalofriantes que nunca se resolvieron en aquel país. Al llegar al aeropuerto de Quito me hospedé en un buen hotel, desayuné y descansé por unas horas. En la tarde fui a la biblioteca de la ciudad empezando a investigar en libros y periódicos todo hecho histórico desde sus inicios, llamándome mucho la atención algunos de ellos; como el accidente ferroviario que sucedió en la laguna de Yambo en 1919 donde un viejo tren se descarriló engulléndose en aquella masa de agua, muriendo más de cien montoneros que apoyaban la Revolución Liberal alfarista; estas personas jamás fueron encontradas, como tampoco el ferrocarril. Pero lo que más me impactó fue la desaparición de los cuerpos de los hermanos Cevallos en el año de 1990; mayor fue mi sorpresa cuando leí en un artículo la desaparición de cinco buceadores militares que buscaban los cadáveres en la laguna encantada como también la llamaban… Ubicada entre las ciudades andinas de Ambato y Latacunga. Sin pensarlo dos veces al día siguiente a horas tempranas me dirigí a la terminal de la capital cogiendo el bus que iba a la provincia de Cotopaxi.

Suspiré y contemplé al verla por primera vez al costado de la carretera junto a los rieles del viejo ferrocarril. La elogiaba por su belleza y misterio que imperaba el ambiente, empezando a tomar demasiadas fotos. Llegando al hotel me hospedé, pero estaba tan impaciente que agarré un pequeño bolso metiendo mi cámara y billetera. Al bajar hablé aproximadamente 20 minutos con el recepcionista.
-Amigo, tenga usted un excelente día, me gustaría charlar por un momento porque necesito cierta información de los sucesos que sucedieron hace años en la hermosa laguna de Yambo. Le dije al adulto de contextura delgada, pelo negro y canoso con peinado hacia atrás y lentes grandes de armadura café; que siendo tan amable me contó y me afirmó que algo siniestro ocurría en esa laguna, es por eso que nadie la visita por su tétrica reputación. 

Además de las leyendas que ya sabía, él me contó que en las aguas gélidas y verdosas existía un monstruo que nadie había visto, pero del que todos sospechaban su existencia, porque las personas muertas arrojadas a sus aguas nunca más volvían a aparecer. Un “ser oculto, que devora a sus víctimas al instante, porque el olor a muerte le abre el apetito”, me terminó diciendo. 

Eso me hizo pensar que la carne viva no era de su agrado, es decir, no me pasaría nada si iba a la laguna y veía la manera de atraerlo y poder contemplarlo; tomarle fotos y con ello alcanzar la fama, solo eso porque el dinero nunca me había faltado.

Le hice una última pregunta, qué había pasado con los buceadores desaparecidos al buscar en las profundidades. Me quedó mirando como insinuando que le diera dinero para obtener más información. Saqué dinero de la billetera y, se lo di enseguida; se emocionó y me contó todo con punto y coma.   

-Escuche señor, cuando los policías y el gobierno intervinieron en la búsqueda decidieron dejarlo así e indemnizar a los familiares por el motivo de que la laguna no tenía fondo y las aguas congelaban. El presidente de ese entonces prohibió que se acercaran a ella, declarándola prohibida y peligrosa.

Me emocioné tanto que le volví a dar dinero agradeciéndole, pero al despedirme y darle la espalda e irme, me advirtió que por favor no vaya para allá porque si entraba no salía. “Por favor cuídese, hágame caso”. Sus palabras eran sinceras, pero más me pudo la curiosidad y el obsesivo deseo de ir a allá.

II
¡Qué hermoso lugar! Fueron mis palabras cuando empecé a andar por un extenso camino lleno de maleza amarilla y montes por todas partes, todo para llegar a la laguna. Al hacerlo, me senté y me quedé observándola por horas, tomando fotos y apuntes. El agua estaba viscosa y llena de algas. Cuando oscurecía me dio hambre, ya había experimentado con la soledad y esta no era la primera vez. Saqué de mi bolsa unos sánduches que había comprado en una panadería de la ciudad con una coca cola en lata, mi preferida.

III
Estoy un poco nervioso y angustiado al escribir, no puedo olvidar lo que vi, pero es mi deber seguir con la historia.   

Recuerdo que comí y me quedé dormido, pero a media noche todo cambió en mi vida. Empecé a escuchar el susurro de una voz dulce y femenina. Me desperté un poco excitado y con miedo, mucho miedo. Nunca había escuchado voces en mis oídos, ni en sueños o pesadillas.

 ¡No! No fue pesadilla, era la realidad, porque seguía escuchando la voz dulce y femenina que pronunciaba mi nombre por reiteradas ocasiones. 

(“¡Clark! puedo ayudarte a que el monstruo de la laguna, el que tanto quieres conocer, salga, así te darás cuenta que existe”).

Le dije que sí, que me ayudara. 

(Mañana al amanecer ve a la carretera y espera al primer humano que veas; tráelo y mátalo, su sangre llegará a las aguas y te darás cuenta que la leyenda es real). 

Después de esto la voz desapareció. Desde ahí no pude dormir, estaba muy ansioso y angustiado que de pronto comencé a ver almas penando, seres humanos cuya carne putrefacta se caía en pedazos. Niños desesperados que gritaban auxilio. Escuchaba el sonido del viejo tren. Me estaba volviendo loco, todo era oscuridad, no había luna ni estrellas, corría por todas partes; no encontraba la salida, me sentía muy asustado, sin saber qué hacer, pidiendo clamor a Dios. 

Me reía, el miedo no existía y sentía placer cuando volvía a escuchar la voz misteriosa. Y la vi, una silueta de mujer que deleitaba mis sentimientos, que me pedía hacer cosas.

Susurraba a mis oídos pidiendo que al amanecer sacrifique una vida para que el monstruo que deseaba comer le saciara su apetito.

En la mañana me sentía hipnotizado, lleno de odio y coraje, deseaba seguir escuchando la voz de la mujer, decidido a todo.

Preparé una piedra grande para el sacrificio. Regresé a la carretera esperando a cualquier transeúnte que se atravesara en mi camino.

Pasaron horas hasta que de pronto un indigente apareció, llevaba un saco de yute en sus hombros, vestía con una camisetilla vieja de color negra con pantalones cortos de color gris, dos medias distintas, una era de color verde agua y la otra de azul eléctrico, sus zapatos de lona rotos y viejos, también de negro. Lo llamé y me porté dócil y alegre, le ofrecí cien dólares si me enseñaba cómo llegar a la laguna. Encantado e ingenuo, accedió.

Llegamos, me pidió los cien dólares, hice que los sacaba de mis bolsillos y sin pensarlo le pegué un puñete tumbándolo, luego cogí la piedra con una fuerza increíble, golpeándolo por reiteradas ocasiones, destrozándole la cabeza y la sangre fluyendo hacia la laguna. Me reía, me sentía poseído, estaba obsesionado con descubrir lo que había en las profundidades de aquel lugar, pero todo seguía como un día común y corriente. Las horas se hicieron eternas, no me daba hambre, solo pensaba en que, si todo era una farsa, me entregaría a la policía.

Llegó la media noche y la voz de la mujer volvió. “Cumpliste con lo ofrecido, eso está muy bien, sabía que me ibas a obedecer y tendrás tu premio. Primero observarás a nuestro protector, amo y señor, ver como se come el sacrificio, después te darás cuenta qué pasará, amor”. La voz desapareció, pero nada ocurría, pensaba que la locura al fin me había poseído, hasta que de repente sucedió.

Un ser que se ocultaba sobre las aguas verdosas, su cabeza se asemejaba a la de una tortuga con cinco diminutos ojos, tres arriba y dos en medio; ser híbrido, cuerpo humano viscoso, los brazos eran largos, delgados y escamosos. De su espalda emergían cuatro inmensos tentáculos gruesos con los que agarró su sacrificio y lo devoró casi de inmediato, ya que su boca estaba llena de colmillos similar a la piraña.

Empezó a proferir gritos de más alimento, queriéndome comerme; gracias al cielo y mi clamor a Dios pude salir de ese infierno. Quise tomar fotos, pero el terror dominó mi cuerpo y no pude lograrlo. Subí la ladera, conseguí un carro que me llevó al hotel, donde me duché y le pedí a Dios llegar a mi país sin problemas. 

En el aeropuerto de Londres agarré un taxi y regresé a mi departamento. Confundido por todo, arrepentido de haber matado aquel ser humano inocente, por un monstruo que existe, pero del que no tengo pruebas.

IV
He logrado acabar la historia, no he podido dormir por meses y, todos los días veo el rostro del ser oculto de ese pequeño país cuyo misterio continuará. 

Y aquella voz ha regresado para perturbarme, me dice que abra la ventana, que avance, que me decida. La calle, al final de la caída, es todo mi panorama y futuro.

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