miércoles, 29 de agosto de 2018

Letras vivas de Manabí


Gracias a todos los que me acompañaron en la presentación colectiva en la que participé el viernes 24 de agosto en el Humane Escuela de Negocios en Guayaquil.

Una experiencia gratificante junto a colegas escritores manabitas. Se vienen otras presentaciones colectivas y un nuevo libro. 



sábado, 18 de agosto de 2018

El ser oculto

Imagen tomada de Chungcuso3luongyen



I
Me llamo Clark Smith y lo que voy a escribir tal vez no lo crean, pero tengo la seguridad que con los detalles que perduran en mi mente la duda les inquietará a cada momento. 

Soy Historiador y trabajo como profesor en la universidad de Oxford. Vivo solo en un departamento en Londres. Era un devorador de libros e investigador de extraños sucesos, misterios y leyendas que han perdurado toda una eternidad, es por eso que viajaba muy continuo a países donde en muy pocas ciudades existían cosas paranormales. 

Por eso decidí ir a Ecuador para conocer las historias escalofriantes que nunca se resolvieron en aquel país. Al llegar al aeropuerto de Quito me hospedé en un buen hotel, desayuné y descansé por unas horas. En la tarde fui a la biblioteca de la ciudad empezando a investigar en libros y periódicos todo hecho histórico desde sus inicios, llamándome mucho la atención algunos de ellos; como el accidente ferroviario que sucedió en la laguna de Yambo en 1919 donde un viejo tren se descarriló engulléndose en aquella masa de agua, muriendo más de cien montoneros que apoyaban la Revolución Liberal alfarista; estas personas jamás fueron encontradas, como tampoco el ferrocarril. Pero lo que más me impactó fue la desaparición de los cuerpos de los hermanos Cevallos en el año de 1990; mayor fue mi sorpresa cuando leí en un artículo la desaparición de cinco buceadores militares que buscaban los cadáveres en la laguna encantada como también la llamaban… Ubicada entre las ciudades andinas de Ambato y Latacunga. Sin pensarlo dos veces al día siguiente a horas tempranas me dirigí a la terminal de la capital cogiendo el bus que iba a la provincia de Cotopaxi.

Suspiré y contemplé al verla por primera vez al costado de la carretera junto a los rieles del viejo ferrocarril. La elogiaba por su belleza y misterio que imperaba el ambiente, empezando a tomar demasiadas fotos. Llegando al hotel me hospedé, pero estaba tan impaciente que agarré un pequeño bolso metiendo mi cámara y billetera. Al bajar hablé aproximadamente 20 minutos con el recepcionista.
-Amigo, tenga usted un excelente día, me gustaría charlar por un momento porque necesito cierta información de los sucesos que sucedieron hace años en la hermosa laguna de Yambo. Le dije al adulto de contextura delgada, pelo negro y canoso con peinado hacia atrás y lentes grandes de armadura café; que siendo tan amable me contó y me afirmó que algo siniestro ocurría en esa laguna, es por eso que nadie la visita por su tétrica reputación. 

Además de las leyendas que ya sabía, él me contó que en las aguas gélidas y verdosas existía un monstruo que nadie había visto, pero del que todos sospechaban su existencia, porque las personas muertas arrojadas a sus aguas nunca más volvían a aparecer. Un “ser oculto, que devora a sus víctimas al instante, porque el olor a muerte le abre el apetito”, me terminó diciendo. 

Eso me hizo pensar que la carne viva no era de su agrado, es decir, no me pasaría nada si iba a la laguna y veía la manera de atraerlo y poder contemplarlo; tomarle fotos y con ello alcanzar la fama, solo eso porque el dinero nunca me había faltado.

Le hice una última pregunta, qué había pasado con los buceadores desaparecidos al buscar en las profundidades. Me quedó mirando como insinuando que le diera dinero para obtener más información. Saqué dinero de la billetera y, se lo di enseguida; se emocionó y me contó todo con punto y coma.   

-Escuche señor, cuando los policías y el gobierno intervinieron en la búsqueda decidieron dejarlo así e indemnizar a los familiares por el motivo de que la laguna no tenía fondo y las aguas congelaban. El presidente de ese entonces prohibió que se acercaran a ella, declarándola prohibida y peligrosa.

Me emocioné tanto que le volví a dar dinero agradeciéndole, pero al despedirme y darle la espalda e irme, me advirtió que por favor no vaya para allá porque si entraba no salía. “Por favor cuídese, hágame caso”. Sus palabras eran sinceras, pero más me pudo la curiosidad y el obsesivo deseo de ir a allá.

II
¡Qué hermoso lugar! Fueron mis palabras cuando empecé a andar por un extenso camino lleno de maleza amarilla y montes por todas partes, todo para llegar a la laguna. Al hacerlo, me senté y me quedé observándola por horas, tomando fotos y apuntes. El agua estaba viscosa y llena de algas. Cuando oscurecía me dio hambre, ya había experimentado con la soledad y esta no era la primera vez. Saqué de mi bolsa unos sánduches que había comprado en una panadería de la ciudad con una coca cola en lata, mi preferida.

III
Estoy un poco nervioso y angustiado al escribir, no puedo olvidar lo que vi, pero es mi deber seguir con la historia.   

Recuerdo que comí y me quedé dormido, pero a media noche todo cambió en mi vida. Empecé a escuchar el susurro de una voz dulce y femenina. Me desperté un poco excitado y con miedo, mucho miedo. Nunca había escuchado voces en mis oídos, ni en sueños o pesadillas.

 ¡No! No fue pesadilla, era la realidad, porque seguía escuchando la voz dulce y femenina que pronunciaba mi nombre por reiteradas ocasiones. 

(“¡Clark! puedo ayudarte a que el monstruo de la laguna, el que tanto quieres conocer, salga, así te darás cuenta que existe”).

Le dije que sí, que me ayudara. 

(Mañana al amanecer ve a la carretera y espera al primer humano que veas; tráelo y mátalo, su sangre llegará a las aguas y te darás cuenta que la leyenda es real). 

Después de esto la voz desapareció. Desde ahí no pude dormir, estaba muy ansioso y angustiado que de pronto comencé a ver almas penando, seres humanos cuya carne putrefacta se caía en pedazos. Niños desesperados que gritaban auxilio. Escuchaba el sonido del viejo tren. Me estaba volviendo loco, todo era oscuridad, no había luna ni estrellas, corría por todas partes; no encontraba la salida, me sentía muy asustado, sin saber qué hacer, pidiendo clamor a Dios. 

Me reía, el miedo no existía y sentía placer cuando volvía a escuchar la voz misteriosa. Y la vi, una silueta de mujer que deleitaba mis sentimientos, que me pedía hacer cosas.

Susurraba a mis oídos pidiendo que al amanecer sacrifique una vida para que el monstruo que deseaba comer le saciara su apetito.

En la mañana me sentía hipnotizado, lleno de odio y coraje, deseaba seguir escuchando la voz de la mujer, decidido a todo.

Preparé una piedra grande para el sacrificio. Regresé a la carretera esperando a cualquier transeúnte que se atravesara en mi camino.

Pasaron horas hasta que de pronto un indigente apareció, llevaba un saco de yute en sus hombros, vestía con una camisetilla vieja de color negra con pantalones cortos de color gris, dos medias distintas, una era de color verde agua y la otra de azul eléctrico, sus zapatos de lona rotos y viejos, también de negro. Lo llamé y me porté dócil y alegre, le ofrecí cien dólares si me enseñaba cómo llegar a la laguna. Encantado e ingenuo, accedió.

Llegamos, me pidió los cien dólares, hice que los sacaba de mis bolsillos y sin pensarlo le pegué un puñete tumbándolo, luego cogí la piedra con una fuerza increíble, golpeándolo por reiteradas ocasiones, destrozándole la cabeza y la sangre fluyendo hacia la laguna. Me reía, me sentía poseído, estaba obsesionado con descubrir lo que había en las profundidades de aquel lugar, pero todo seguía como un día común y corriente. Las horas se hicieron eternas, no me daba hambre, solo pensaba en que, si todo era una farsa, me entregaría a la policía.

Llegó la media noche y la voz de la mujer volvió. “Cumpliste con lo ofrecido, eso está muy bien, sabía que me ibas a obedecer y tendrás tu premio. Primero observarás a nuestro protector, amo y señor, ver como se come el sacrificio, después te darás cuenta qué pasará, amor”. La voz desapareció, pero nada ocurría, pensaba que la locura al fin me había poseído, hasta que de repente sucedió.

Un ser que se ocultaba sobre las aguas verdosas, su cabeza se asemejaba a la de una tortuga con cinco diminutos ojos, tres arriba y dos en medio; ser híbrido, cuerpo humano viscoso, los brazos eran largos, delgados y escamosos. De su espalda emergían cuatro inmensos tentáculos gruesos con los que agarró su sacrificio y lo devoró casi de inmediato, ya que su boca estaba llena de colmillos similar a la piraña.

Empezó a proferir gritos de más alimento, queriéndome comerme; gracias al cielo y mi clamor a Dios pude salir de ese infierno. Quise tomar fotos, pero el terror dominó mi cuerpo y no pude lograrlo. Subí la ladera, conseguí un carro que me llevó al hotel, donde me duché y le pedí a Dios llegar a mi país sin problemas. 

En el aeropuerto de Londres agarré un taxi y regresé a mi departamento. Confundido por todo, arrepentido de haber matado aquel ser humano inocente, por un monstruo que existe, pero del que no tengo pruebas.

IV
He logrado acabar la historia, no he podido dormir por meses y, todos los días veo el rostro del ser oculto de ese pequeño país cuyo misterio continuará. 

Y aquella voz ha regresado para perturbarme, me dice que abra la ventana, que avance, que me decida. La calle, al final de la caída, es todo mi panorama y futuro.

martes, 7 de agosto de 2018

El demonio de la montaña

Imagen tomada de https://ivanrin.wordpress.com/tag/vampiros/



I
Una mañana, Alfredo, el hijo mayor de Rosa, despertó decidido a matar a su hermana y sobrino. “Debo matarla y descuartizarla por ser una hija del diablo” le entendieron en medio de la lengua extraña con la que gruñía.
De su boca salía espuma y cuando empezó a rayarse el pecho con un trinche, Rosa y su hija supieron que era el momento de llevarlo a un doctor.
En el centro de salud del pueblo lo esposaron para que parara de hacerse daño, luego lo sedaron. El doctor de turno que atiende a Alfredo les sugiere internarlo en algún sanatorio donde le puedan dar mejor atención médica.
Pero Rosa no tenía los recursos para llevarlo a algún lado, para que alguien le diga qué se le pasa a su hijo, porque apenas son veinticinco años, que como puede cambiar de la noche a la mañana un joven que se acuesta en sus cabales y despierta gritando incoherencias e intentando hacerle daño a quienes horas antes había abrazado y besado con mucho cariño.
Temerosa de que algo pudiera hacerse o hacerle a alguien más, Rosa decide encadenarlo y dejarlo en el patio. Ahí, en su soledad Alfredo grita que una sombra lo acompaña y que cucarachas voladoras iban a comérselo.    
Rosa, en medio de su desesperación por conseguir recursos que le ayudasen para llevar a su hijo hasta un especialista, viajaba a las ciudades cercanas para suplicar ayuda, pero todo era en vano, a nadie le interesaban sus problemas.
En una de sus regresos, y más desconsolada que de costumbre, acude a la capilla del pueblo, necesita ayuda, de cualquier clase, así que pide al padre que la escuche. Ahí le cuenta su padecimiento, del estado de su hijo, de que en medio de los gritos siempre repite un nombre que a ella y a su hija les resulta extraño.
Kaluma, le dice al padre.
Kaluma, repite el padre. Y le dice que la escuche, que algo sabe de ese nombre.

II
En 1950, en la montaña de Pueblo Nuevo, vivía una pareja y su hija de ocho años. Pedro era el nombre del padre, agricultor, aunque, y esto por su deseo de superarse y llevar a vivir a su familia a la ciudad, estudiaba economía en la universidad cercana a su pueblo. Todo era felicidad, armonía, para este hombre su inspiración era la familia, eso lo convertía en perseverante.
Un día Kamila, su hija, le dijo a su padre que se sentía sola y que como él siempre estaba ocupado y no podía pasar con ella, le pidió un perro, para entretenerse con él.  Kamula lo llamaría.
Un día, recordando la solicitud de su hija, decidió conseguirle el cachorro. Un perro que llevaría por nombre Kamula, tal y como su hija lo había pensado. Kamila no para de agradecer a su padre, que es el mejor del mundo, le dice, mientras lo besa y abraza de felicidad.
Al siguiente día, uno que pintaba normal como habían transcurrido hasta entonces todos los días en la montaña, tres extraños tumban la puerta de la casa, les dicen que entreguen el dinero, pero Pedro lo único que guardaba con recelo eran algunos dólares que no harían millonarios a nadie.
Los delincuentes no entienden esto y cansados de no ver una respuesta rápida, disparan a Kamila y luego a su madre. Pedro grita ante la pesadilla en la que está, una que no ha acabado, porque al cuadro de horror se suma el perro degollado por uno de los tres tipos.
Al ver los tres cadáveres, Pedro lo único que hace es maldecir a los asesinos y jura vengarse, que los atormentará hasta hacerlos pagar. Su voz es silenciada de un disparo en la cabeza.
Pasaron los años y nunca agarraron a los asesinos, aunque se rumoreó que tres tipos terminaron suicidándose por causas extrañas.
Se dice que el espíritu de Pedro, atormentado y lleno de odio, se convirtió en un demonio que castiga a quienes cometen delitos atroces contra inocentes. Kamula le dicen, porque según la leyenda, la mascota de su hija se volvió la bandera de una lucha sangrienta y atroz.   

III
Rosa no sabe qué hacer o decir, solo llora. Sale corriendo de la iglesia, después que el sacerdote ha terminado la leyenda del demonio. Va en busca de su hijo. Frente a él le pregunta si sus manos están manchadas de sangre, si ha acabado con la vida de algún inocente. Pero no responde, sigue con su mirada fija en un punto que no se puede descifrar, hablando incoherencias, delirando en su mundo impenetrable.   

IV
Es media noche, vuelve a ver las cucarachas voladoras acompañadas de gusanos blancos que emergen de la tierra, se dirigen a su piel, la chupan, siente la sangre fluir y ser bebida.
Su corazón va a estallar, no puede moverse, suda y cada gota la siente como agujas rodando descontroladamente sobre su rostro. Nadie está junto a él, nadie le ayuda, a nadie le importa.
Solo una sombra que ha vigilado desde un rincón, una sombra que avanza a su encuentro sigilosamente, una sombra borrosa que no alcanza a darle una forma exacta. Una sombra que le susurra: “llegó la hora de desaparecer, de pagar por lo que hiciste”.
Entonces, Alfredo, siente con más ferocidad a las cucarachas, las ve meterse en sus poros, las siente escarbar en sus oídos, las huele al correr dentro de su nariz. Siente como sus patas negras se mueven en su cerebro, quiere gritar, pero algo estalla en su interior, una mancha espesa que se le escapa desde su boca, sus ojos, oídos…