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Escuché
una voz suplicante. Un alma aterrada necesitaba de mi ayuda; al encontrarla me
di cuenta que se trataba de una mujer asesinada por su esposo.
Degollada
y ensangrentada clamaba por salvación.
–¡Oh Señor Jesucristo! ayúdame, no sé en qué sitio estoy, estoy bañada en
sangre, no me acuerdo de nada, todo está oscuro. Dónde están mis hijos, solo
quiero estar con ellos, ¡Quiero a mis hijos, Dios mío! ¿Qué está sucediendo?
La mujer no dejaba de gritar, no sabía lo que pasaba, sus nervios estaban alterados
porque aquel lugar lúgubre le provocaba terror.
Me
presenté como el arcángel Azrael y ante sus ojos en vez de ver fealdad contempló
beldad, sin embargo, su desesperación persistía:
–Ángel de luz ayúdame a encontrar a
mis hijos, hazme regresar a mi hogar, debo de prepararles la merienda y hacerlos
dormir temprano porque les toca la escuela. Entonces le
contesté.
–Verónica Macías, madre de tres hijos
menores de edad y esposa de Juan Cedeño; vengo a llevarte a un lugar en el que
reposarás para siempre, el paraíso de los justos, el mismo reino de Dios. Tu
marido te quitó la vida, dejándose llevar por los celos.
–No creí que llegara tan lejos. Solo
recuerdo que después de ir a dejar a mis niños donde mi mamá, me encaminé hacia
la parada de bus para ir hasta un almacén en el centro donde necesitaban una
empleada doméstica. Cuando terminé de escuchar a Verónica le
narré un poco de su historia:
Eres
oriunda del cantón El Carmen, Ecuador; tus padres te criaron en un ambiente
humilde y tranquilo, tu hermano mayor ayudaba a tu papá en la tienda de
abarrotes que tenían cuando apenas eras una niña, mientras tu madre te cuidaba.
En cambio, la niñez de tu marido Juan Cedeño fue infeliz; a veces no tenían ni
qué comer, lo poco que ganaba su papá se lo gastaba en alcohol sin importarle
que sus hijos se morían de hambre, y si su mujer le reclamaba la golpeaba. Juan
le airaba todo lo que observaba, pero no podía defenderla por el mismo miedo
que invadía su cuerpo, solo tenía ocho años. Su hermano menor estaba recién
nacido, pero lloraba sin parar cuando sucedían todos estos acontecimientos.
Creció
sin amor, con odio y rencor. Un día jugaba con su hermano pequeño mientras su
madre conversaba con un vecino a quien le contaba todo su sufrimiento; de
repente los vio entrar al cuarto y cerrar la puerta. Poco después al ver que su
madre demoraba en salir pensó que el hombre que la acompañaba le estaba
haciendo algo malo. Sin tocar la puerta entró y presenció un espectáculo que
jamás se borraría de su mente. La mujer que admiraba y trataba de proteger del
alcohólico de su padre en ese momento lo traicionaba con el vecino. Vio como
aquel hombre estaba sobre ella desnudo. No pudo ver más aquel hecho bochornoso
y salió corriendo de su pequeña casa llorando.
Un
secreto que a nadie ha contado y que lo marcó. Lo pensaba a cada instante sin
poder olvidarlo, y no quería ver a su madre, la aborrecía. Años después empezó
a fumar base, para olvidarse del mal recuerdo. Fumaba todos los días, robando
al que veía en su camino para saciar su deseo compulsivo de seguir drogándose.
La ansiedad lo desesperaba, quería que el humo llegase hasta su cerebro y
borrar cualquier recuerdo que lo atormentase.
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