–Azrael, eliminaré
a los pueblos
que cayeron en la
profanación
y dieron de
sacrificio a sus hijos
a un falso y
detestable dios.
¡Eres la muerte!
¡Eres mi ley!
por eso debes
castigar–.
Aquellas palabras
me llevaron
a tomar la
decisión
de enfrentarme al
mal.
Esto ya no debía
continuar,
entonces visité
Canaan:
Me convertí en humano,
así al llegar a la
tierra de los cananeos
me presentaría
como el profeta de Jehová,
aquel que creó a
Moloc Baal,
aquel que estaba
hastiado
de la inmoralidad
sexual,
el paganismo y
sacrificio de niños.
Vestía una túnica
café larga
que me bajaba
hasta los tobillos,
atada a mi cintura
por una faja de
tela.
Mis sandalias eran
hechas correa,
cadenillas de oro
y lentejuelas,
mi turbante estaba
suelto
cubriéndome la
cabeza.
De piel canela y
barba recia,
de ojos negros y
pelo oscuro;
medía
aproximadamente
un metro sesenta y
siete.
En mi mano derecha
tenía
un antiguo bastón,
el cual
era el mismo poder
de Dios.
Lo golpeé contra
el suelo
originándose un
pequeño temblor
y provocando una
conmoción
a dicho
pueblo.
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