martes, 13 de marzo de 2018

El Limbo (parte III)




Se obsesionó por alcanzar la gloria
y obtener el poder divino.

Los cananeos invocaban su nombre,
lo llamaban amo y señor,
el fuego purificador.

Su grandeza creció, su avaricia aumentó,
los fenicios lo consideraron una religión.

Encarnándose en figura humana
con cabeza de becerro
tomó el mando de la oscuridad.

Sus siervos le hacían cultos
y alimentaban su terror.

Su estatua era de bronce
y estaba hueca:
tenía la boca abierta
los brazos extendidos
las manos juntas
las palmas hacia arriba,
dispuesto a recibir el holocausto.

Los adoradores, segados,
depositaban a sus bebés
en el supuesto fuego bendito,
que ardía dentro de la estatua
de Moloc Baal.

Profanando el nombre del gran Yo Soy.

Sabiendo que aborrecía
todo partícipe del pecado.

Entonces me llamó:

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