Se obsesionó por
alcanzar la gloria
y obtener el poder
divino.
Los cananeos
invocaban su nombre,
lo llamaban amo y
señor,
el fuego
purificador.
Su grandeza
creció, su avaricia aumentó,
los fenicios lo
consideraron una religión.
Encarnándose en
figura humana
con cabeza de
becerro
tomó el mando de
la oscuridad.
Sus siervos le
hacían cultos
y alimentaban su
terror.
Su estatua era de
bronce
y estaba hueca:
tenía la boca
abierta
los brazos extendidos
las manos juntas
las palmas hacia
arriba,
dispuesto a
recibir el holocausto.
Los adoradores,
segados,
depositaban a sus
bebés
en el supuesto
fuego bendito,
que ardía dentro
de la estatua
de Moloc Baal.
Profanando el
nombre del gran Yo Soy.
Sabiendo que
aborrecía
todo partícipe del
pecado.
Entonces me llamó:
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