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Cuando le hablaba su rostro se volvió
pálido, sus ojos estaban desorbitados y su cuerpo paralizado. El engendro se
había asustado, y al convertirme en aquel monstruo espantoso y deforme con ocho
brazos delgados y manos con dedos largos capaces de convertirse en gusanos
terroríficos de ojos rojos y colmillos afilados. Aquello le ocasionó a este
individuo un paro cardiaco, muriendo al instante, pero sin imaginarse que su
castigo y sufrimiento recién iba a empezar.
Con todas mis horripilantes, escamosas y
amorfas manos logré arrancarle el alma de su cuerpo a esta escoria para
llevármela a mi lugar favorito, un paisaje oscuro peor que el mismo infierno,
la tierra de los huesos secos. Al llegar al paraíso oscuro, montañas de huesos
y calaveras se esparcían para unirse entre sí, formando ejércitos de esqueletos
donde la carne podrida aparecía desde la tierra para juntarse en ellos y
convertirlos en putrefactas criaturas que caminaban postrándose ante mí, rindiéndome
honor y demostrándome que estaban a mi disposición.
El alma de Lorenz Bauer trataba de escapar,
pero no podía soltarse de mi fuerza descomunal. El asesino de los Lerman al
darse cuenta que estaba muerto gritaba despavorido pidiendo perdón por lo que había
hecho, pero ya era demasiado tarde, y muerto el perdón no existe. Y es ahí
donde le contesté la pregunta de ¿quién era yo?
–Ahora
sí, permíteme presentarme. Mi nombre es Azrael, más conocido como el ángel de
la muerte o verdugo de Dios, un justiciero que se encarga de las personas
perversas y despiadadas que han existido durante toda la historia cuyos
corazones eran de piedra difícil de romper. Soy de diferentes formas, puedo ir
donde sea, como también tengo la habilidad de convertirme en humano.
El culpable no dejaba de pedir perdón
suplicando que lo dejara libre, pero a cada momento le decía que era tarde, que
ya había sido sentenciado al castigo eterno. No paraba de lamentarse así que me
terminé hostigando decidiendo que sean las putrefactas criaturas que se encargasen
de castigar a esta alma.
Al cumplir con mi misión, de castigar al
causante de la masacre, opté por desaparecer
del pequeño pueblo que me producía recuerdos nostálgicos que ahora los
estoy plasmando en estas líneas para
que el lector sea partícipe de lo que
es capaz de cometer un hombre obsesionado.
Así que decidí ser un cuervo y volar en la
oscuridad, siempre atento a las intenciones de los demonios que despertaban
para cazar a sus víctimas. Su objetivo: desquitar su odio contra los humanos.
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