martes, 7 de agosto de 2018

El demonio de la montaña

Imagen tomada de https://ivanrin.wordpress.com/tag/vampiros/



I
Una mañana, Alfredo, el hijo mayor de Rosa, despertó decidido a matar a su hermana y sobrino. “Debo matarla y descuartizarla por ser una hija del diablo” le entendieron en medio de la lengua extraña con la que gruñía.
De su boca salía espuma y cuando empezó a rayarse el pecho con un trinche, Rosa y su hija supieron que era el momento de llevarlo a un doctor.
En el centro de salud del pueblo lo esposaron para que parara de hacerse daño, luego lo sedaron. El doctor de turno que atiende a Alfredo les sugiere internarlo en algún sanatorio donde le puedan dar mejor atención médica.
Pero Rosa no tenía los recursos para llevarlo a algún lado, para que alguien le diga qué se le pasa a su hijo, porque apenas son veinticinco años, que como puede cambiar de la noche a la mañana un joven que se acuesta en sus cabales y despierta gritando incoherencias e intentando hacerle daño a quienes horas antes había abrazado y besado con mucho cariño.
Temerosa de que algo pudiera hacerse o hacerle a alguien más, Rosa decide encadenarlo y dejarlo en el patio. Ahí, en su soledad Alfredo grita que una sombra lo acompaña y que cucarachas voladoras iban a comérselo.    
Rosa, en medio de su desesperación por conseguir recursos que le ayudasen para llevar a su hijo hasta un especialista, viajaba a las ciudades cercanas para suplicar ayuda, pero todo era en vano, a nadie le interesaban sus problemas.
En una de sus regresos, y más desconsolada que de costumbre, acude a la capilla del pueblo, necesita ayuda, de cualquier clase, así que pide al padre que la escuche. Ahí le cuenta su padecimiento, del estado de su hijo, de que en medio de los gritos siempre repite un nombre que a ella y a su hija les resulta extraño.
Kaluma, le dice al padre.
Kaluma, repite el padre. Y le dice que la escuche, que algo sabe de ese nombre.

II
En 1950, en la montaña de Pueblo Nuevo, vivía una pareja y su hija de ocho años. Pedro era el nombre del padre, agricultor, aunque, y esto por su deseo de superarse y llevar a vivir a su familia a la ciudad, estudiaba economía en la universidad cercana a su pueblo. Todo era felicidad, armonía, para este hombre su inspiración era la familia, eso lo convertía en perseverante.
Un día Kamila, su hija, le dijo a su padre que se sentía sola y que como él siempre estaba ocupado y no podía pasar con ella, le pidió un perro, para entretenerse con él.  Kamula lo llamaría.
Un día, recordando la solicitud de su hija, decidió conseguirle el cachorro. Un perro que llevaría por nombre Kamula, tal y como su hija lo había pensado. Kamila no para de agradecer a su padre, que es el mejor del mundo, le dice, mientras lo besa y abraza de felicidad.
Al siguiente día, uno que pintaba normal como habían transcurrido hasta entonces todos los días en la montaña, tres extraños tumban la puerta de la casa, les dicen que entreguen el dinero, pero Pedro lo único que guardaba con recelo eran algunos dólares que no harían millonarios a nadie.
Los delincuentes no entienden esto y cansados de no ver una respuesta rápida, disparan a Kamila y luego a su madre. Pedro grita ante la pesadilla en la que está, una que no ha acabado, porque al cuadro de horror se suma el perro degollado por uno de los tres tipos.
Al ver los tres cadáveres, Pedro lo único que hace es maldecir a los asesinos y jura vengarse, que los atormentará hasta hacerlos pagar. Su voz es silenciada de un disparo en la cabeza.
Pasaron los años y nunca agarraron a los asesinos, aunque se rumoreó que tres tipos terminaron suicidándose por causas extrañas.
Se dice que el espíritu de Pedro, atormentado y lleno de odio, se convirtió en un demonio que castiga a quienes cometen delitos atroces contra inocentes. Kamula le dicen, porque según la leyenda, la mascota de su hija se volvió la bandera de una lucha sangrienta y atroz.   

III
Rosa no sabe qué hacer o decir, solo llora. Sale corriendo de la iglesia, después que el sacerdote ha terminado la leyenda del demonio. Va en busca de su hijo. Frente a él le pregunta si sus manos están manchadas de sangre, si ha acabado con la vida de algún inocente. Pero no responde, sigue con su mirada fija en un punto que no se puede descifrar, hablando incoherencias, delirando en su mundo impenetrable.   

IV
Es media noche, vuelve a ver las cucarachas voladoras acompañadas de gusanos blancos que emergen de la tierra, se dirigen a su piel, la chupan, siente la sangre fluir y ser bebida.
Su corazón va a estallar, no puede moverse, suda y cada gota la siente como agujas rodando descontroladamente sobre su rostro. Nadie está junto a él, nadie le ayuda, a nadie le importa.
Solo una sombra que ha vigilado desde un rincón, una sombra que avanza a su encuentro sigilosamente, una sombra borrosa que no alcanza a darle una forma exacta. Una sombra que le susurra: “llegó la hora de desaparecer, de pagar por lo que hiciste”.
Entonces, Alfredo, siente con más ferocidad a las cucarachas, las ve meterse en sus poros, las siente escarbar en sus oídos, las huele al correr dentro de su nariz. Siente como sus patas negras se mueven en su cerebro, quiere gritar, pero algo estalla en su interior, una mancha espesa que se le escapa desde su boca, sus ojos, oídos…

No hay comentarios:

Publicar un comentario