Antes
de la resurrección de Cristo
había
un lugar de reposo
para
los justos, donde las almas
sin
ser bautizadas descansaban.
No
podían gozar del paraíso
porque
su destino era vivir en el limbo.
Su
ubicación
estaba
en la región fronteriza del infierno
donde
no existía el fuego
y
menos sufrimiento.
Solo
reinaba el silencio.
Un
lugar montañoso y rocoso,
lleno
de árboles protectores
de
todos los recién nacidos,
aquellos
que a temprana edad morían
y
se convertían en mariposas brillantes.
El
brillo de su inocencia
se
expandía por todas partes,
parecían
estrellas fugaces.
Cuando
mi presencia invadía este paisaje,
las
aguas turbias de un lago feroz y misterioso
me
daban la bienvenida
de
forma pacífica.
Y
un anciano me esperaba
en
un viejo bote de madera,
listo
para bogar a lo desconocido.
Narrar
el mito fue mi deber.
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