Ilustración autoría del artista mantense Gant. |
El Dragón Rojo venció y
exterminó el ejército más poderoso que ha existido, un imperio que se había
convertido en el terror de sus enemigos. Drákon entró al castillo derrumbando
sus murallas e incendiándolo, tratando de buscar a la princesa Áurea para
secuestrarla. Al no encontrarla se airó que fuego de su boca sopló, y quemó
todo a su paso. Desesperado miró entre escombros y descubrió que la reina
Licinia yacía ahí.
— Qué exquisita carne he descubierto, no sabes cómo la he
deseado, me deleitaré con ella al destriparla mientras la mastico y me sacio
con su sangre.
Dijo la bestia roja.
La esposa del rey se había
resignado con lo que iba a suceder, su marido fue derrotado por este enemigo
legendario que ahora pensaba en comerla.
— ¡Maldito dragón! Algún día habrá un guerrero que te vencerá,
destruirá y se vengará por todas las personas inocentes que has asesinado.
Cuando suceda eso, podré descansar en paz. Palabras de una mujer con fe de lo que
decía.
— No moriré mujer desdichada. ¡Nadie me derrotará maldita
humana!
–Dijo el aniquilador de hombres. Drákon la agarró con su boca atravesándole sus
colmillos en el cuerpo chispeando sangre y cayendo algunas partes de sus
extremidades, en especial su cabeza; y es entonces, que usa la magia con el fin
de usurparse las hermosas perlas, diamantes y tesoros del reino de Abdón, el
defensor del pueblo, el hombre justo, humilde y poderoso. Cuando este aniquiló
al reino igual se sentía frustrado por no haber capturado a la princesa, y sin
perder tiempo decidió liberar de la Tierra del Olvido a una bruja híbrida con
torso de mujer y cuerpo de león, su nombre era Sydra. Una fiera que perturbó la
tranquilidad de las familias aldeanas al raptarles a sus hijos recién nacidos y
comérselos. Obedeció a su amo al ordenarle que buscase a la hija del rey y se
la trajera viva porque necesitaba cumplir con el ritual que lo convertiría en
un ser inmortal.
(Fragmento de la novela Leyendas de un fauno, de reciente publicación)